Yo
quedé en pasar por él a su trabajo en punto de las cinco de la tarde para ir a
tomar un café y realizar ese doloroso proceso de entrega de pertenencias (el
cual resulto más doloroso de lo que pensaba). Habían pasado únicamente dos días
del rompimiento.
Salió
un poco pasada las cinco de la tarde y en cuanto lo vi aparecer ante mi vista
mi corazón se aceleró a mil revoluciones por segundo. ¿Cómo reaccionará cuando
me vea? ¿Romperá en llanto? ¿Me besará? ¿Me sonreirá? ¿Me amará?
Cuando
por fin subió al auto lo vi tan atractivo como siempre, no, lo vi más atractivo
aún. No sé si fue por los días que tenía sin verlo o por lo mucho que le
extrañé pero sentí el impulso (reprimido) de besarlo, abrazarlo, tomar su mano
y llorar… quise llorar ya que sentía que un aliento regresaba a mi cuerpo. Por
un momento volvíamos a estar juntos. Por un momento no se había alejado. Por un
momento éramos nuevamente él y yo.
- ¿Cómo
estás? – me preguntó Ernesto.
- Bien
– respondí yo – un poquito mejor… extrañándote mucho. ¿Cómo estás tú?
- Bien,
ahí la llevo.
Mientras
nos dirigíamos a nuestro destino no podía evitar voltear a verlo, imaginar que
estábamos juntos nuevamente y sonreír.
- ¿Qué
has hecho? – preguntó.
- Prefiero
esperar a llegar – le dije – tengo mucho que platicarte.
- No
creo que haya pasado tanto en dos días – me dijo.
- Pues
aunque no me creas han pasado varias cosas. Cosas que he querido contarte. Llamarte
y platicarte pero no lo he hecho por respetar al máximo tu espacio y tiempo. ¿Y
tú? ¿Qué tal el trabajo?
- Bien.
Ha estado relajado.
- Me
da mucho gusto – le dije.
Cuando
por fin llegamos a nuestro destino, un popular lugar dónde tomar café y comer
algo en un ambiente cómodo e íntimo, comenzamos nuestra conversación.
Abrí
la conversación diciéndole lo mucho que lo extrañaba… lo mucho que le amaba. Le
explique que en esta ocasión buscaba hacer las cosas diferentes. Que no quería llenarlo
de promesas falsas y vacías. En pocas palabras, le conté sobre Samara y la
terapia. Le dije que el hecho de estar tomando terapia era inicialmente por una
razón personal… interna; para estar bien como persona, equilibrado, encontrarme
y ser mejor para así, cuando regresáramos, porque estaba seguro (se lo dije)
que regresaríamos, ser mejor novio y poderlo ayudar a vencer sus miedos en
lugar de presionarlo.
- Ahora
entiendo tantos errores que cometí. Que cometimos – le dije – siento que he aprendido mucho.
- ¿En
dos días? – me dijo con una sonrisa incrédula y un tono un tanto sarcástico.
- Aunque
no lo creas – respondí – he aprendido mucho. Ahora entiendo porque reaccione
tantas veces de una u otra manera. Ahora también entiendo porque reaccionabas tú
de esas maneras tan extrañas y el porqué de tu miedo a aceptar tu homosexualidad
frente a otras personas aun cuando sabemos que ellos están enterados de nuestra
relación.
Se quedó en silencio.
- Te
amo – repetí – y aunque hago esto por mí, lo hago para comenzar de cero
contigo. O dime, ¿no me amas ya?
- Te
tengo mucho aprecio y cariño – respondió.
- ¡No!
– le dije – mírame a los ojos y dime que sientes por mí.
- Te
amo también – dijo al fin – pero en este momento no puedo estar contigo. Me
siento intoxicado de esto, de la relación. Entiende – continuó – que si hago
esto no es por ti, sino porque en este momento no sé quién soy.
El clásico “no eres tú… soy yo”,
pensé.
- ¡Qué más quisiera que tener el dinero, los
medios para irme a otro país o continente y encontrarme a mí mismo – continuó.
- Yo
te puedo ayudar – le dije – te invito a que vayas a una sesión de terapia
conmigo. Mi terapeuta me dijo que podías ir y que recibiéramos una sesión de
terapia juntos. Incluso puedes ir solamente como oyente si gustas…
- No
– interrumpió – lo siento, pero quiero salir de esto yo solo. En un futuro, si
regresamos podremos ir juntos.
- Entonces
no estas cerrado a que volvamos.
- No.
No es un “si” pero tampoco es un “no”. Te amo, eres y siempre serás el amor de
mi vida y ocuparas un lugar muy especial en mi corazón pero en este momento no
puedo decirte algo que me comprometa a regresar.
- Dame
al menos una señal de que estaremos juntos – le pedí.
- No
puedo. Todos los días pido a Dios que si mi destino es estar junto a ti me
mande señales y junte nuestros caminos. Últimamente he escuchado mucho una
canción de Belinda.
Yo
sabía a qué canción se refería. A él le gustaba mucho esa chica.
- En
especial cierta parte de la canción.
- ¿Cuál?
– interrogué.
Entonces,
el comenzó a declamar:
Espero
que no sea tarde y puedas volver a amarme.
Veras
en mi un cambio radical.
En
el amor hay que perdonar.
Sé
que algún día tú volverás.
Por
un momento me quede tranquilo. Sentí que ahí estaba la clave. Sentí que el
mismo me aseguraba que regresaríamos.
Continuamos
con la conversación y yo comencé a “coquetearle”. Le guiñaba el ojo y le
sonreía. Le dije mil y una veces más lo guapo que se veía y cuanto lo amaba.
Cuando
nos dirigimos por fin a su casa trate de hacer, en el camino, el mayor tiempo
posible. Trate de tardar y dar vueltas para no tener que dejarlo. Le propuse
que fuéramos a conversar a otra parte pero se negó. Intente tomarle la mano de
manera sutil pero no me lo permitió. Le pedí poder llamarlo, pero me pidió que
no lo hiciera por un tiempo y que tratara de limitar al máximo mis mensajes de
texto o correos electrónicos. Yo por mi parte aprovechaba cada oportunidad,
cada semáforo, cada señal de alto para observarlo. Después de todo no sabía
cuándo volvería a verlo.
Cuando
llegamos al último semáforo antes de llegar a su casa note que él me observaba.
- ¿Qué
pasa? – pregunté.
- Te
amo – respondió – cuídate mucho. Échale muchas ganas a la escuela y al trabajo.
Come bien, haz ejercicio y no le des preocupaciones a tu mamá. Frecuenta a
amigos que por una cosa u otra has abandonado. Recupérate a ti mismo… al chico
que conocí, del que me enamoré.
- No
estoy seguro si me estás diciendo que solo necesitas tiempo o te despides de mí.
¿No deseas regresar conmigo?
- Solo
el tiempo lo dirá – respondió.
- ¿Qué
significa eso?
- Que
solamente el tiempo lo dirá. El tiempo es sabio – dijo.
- ¿Por
qué tanto miedo de decirme de frente que si volveremos? Tú lo sabes.
- Una
vez nos dimos tiempo – respondió – y siento que, como sabíamos que después de unas
semanas regresaríamos, dejamos de trabajar en nosotros mismos.
- Pero
esta vez no sucederá – le dije – en esta ocasión estoy haciendo las cosas bien.
Tú también, ¿cierto?
- ¿Sabes?
Creo que tú estás demasiado seguro que regresaremos cuando ni siquiera yo lo
sé. Por favor, si vas a mejorar, a sanar viejas heridas hazlo por ti, para ti.
- Eso
hago – dije.
- Solo
el tiempo dirá si regresaremos – dijo.
Mi
siguiente sesión de terapia giro en torno a esta conversación… a este evento. ¿Qué
significaron tantas palabras? ¿Fueron mensajes indirectos o yo fui quien quiso verlos
como tales? Después de todo no quiso ir al cine a ver una película romántica
conmigo porque dijo que tenía miedo a regresar conmigo por impulso.
Solo
cinco días después la historia sufrió un cambio radical. Quizá el ya sabia que esa era nuestra despedida.