viernes, 25 de enero de 2013

- El Sueño -


Los sueños son manifestaciones mentales de imágenes, sonidos, pensamientos y sensaciones en un individuo durmiente y normalmente relacionadas con la realidad. Para la psicología, los sueños son estímulos esencialmente anímicos que representan manifestaciones de fuerzas psíquicas que durante la vigilia se hallan impedidas de desplegarse libremente. Soñar es un proceso mental involuntario en el que se produce una reelaboración de la información almacenada en la memoria, generalmente relacionada con experiencias vividas por el soñante el día anterior. Los recuerdos que se mantienen al despertar pueden ser simples (una imagen, un sonido, una idea, etcétera) o muy elaborados. Los sueños más elaborados contienen escenas, personajes, escenarios y objetos.
En muchas culturas se atribuye un valor profético al sueño, concebido como un mensaje cifrado de origen divino que es necesario desentrañar. Para el psicoanálisis es importante distinguir en los sueños el contenido manifiesto y el contenido latente.


Hace un par de días volví a soñar a mi ex pareja. Si, a Edgardo. Solo que en esta ocasión el sueño fue un tanto… diferente.
Todo se desarrolló en tonos sepia. Edgardo y yo íbamos sentados sobre una antigua carreta tirada por caballos (nuestras ropas no eran antiguas, pero sí muy elegantes).

- Te extraño – le decía yo, tomando su mano y viéndolo a los ojos – me da mucho gusto que me hayas llamado. Quiero que nos demos una nueva oportunidad…

En este punto me di cuenta que en realidad no sentía lo que le estaba diciendo en el sueño. Dentro del sueño me interrogue a mí mismo el por qué le decía tales cosas si realmente no las sentía.

- No quiero regresar – interrumpió mi meditación con los ojos llenos de lágrimas – Estoy en una muy buena etapa y aunque sé que no hice las cosas bien al final tu sabes lo mucho que te aprecio.
- Si – respondí – realmente pienso igual. Tampoco quiero que regresemos, no sé porque te estaba diciendo esas cosas.
- ¿En verdad no deseas que regresemos? – Me cuestionó.
- No, realmente no quiero regresar. Al principio me dolió mucho que me dejaras… y más aún que me dejaras de esa manera pero, ¿sabes? Me di cuenta que nuestra relación ya no daba para más. No estábamos bien. ¿Cómo queríamos vivir juntos?
- ¿Hay alguien más? – preguntó.
- Si, conocí a alguien más. Es un gran muchacho, me hace reír mucho, es muy noble y tenemos tanto en común. Creí que jamás encontraría a alguien por quién sentirme así nuevamente, y sé que quizá es muy rápido… pero me siento tan bien estando con él.
- Me da mucho gusto que te hayas dado la oportunidad de conocer a alguien más. Yo sabía que no tardarías en encontrar a alguien. ¿sabías que lo mío con la persona por la que te dejé no funcionó? Pensé en buscarte pero me di cuenta que solo seguiríamos haciéndonos daño.

Al tiempo que me dijo eso me di cuenta que comenzábamos a llegar a un gran parque solitario. Un parque muy al estilo del Central Park de Nueva York. A distancia se podía ver lo que parecía ser una especie de parada de autobuses para la carreta.

- Te deseo lo mejor – dijo Edgardo – si en algún momento, en el futuro  puedes perdonarme…
- De alguna forma lo he hecho – le interrumpí – Ambos nos hicimos daño. Espero tú me perdones algún día.

Se sintió un fuerte jaloneo y me di cuenta que la carreta se había detenido junto a unos escalones de madera.

- Me dio mucho gusto conversar contigo – me dijo.
- A mí también – correspondí.
- Creo que te están esperando.

Al volverme a la izquierda vi a Agustín esperándome a la orilla del parque, vestido de acuerdo a la moda varonil de los años veinte (si, con tirantes y corbatín), y entonces me tendió la mano como pidiéndome que descendiera y me acercara a él.

- Tu chico es adorable, Eduardo – me dijo Edgardo parafraseando esa famosa frase de la película “The way we were” donde en la escena final, Katie Morosky, interpretada magistralmente por Barbra Streisand se despide de su eterno amor imposible, Hubbell Gardiner (Robert Redford).

Sin darme cuenta cómo, descendí de la carreta y me acerqué a Agustín quien me recibió con un fuerte abrazo. Al voltear atrás, la carreta comenzaba a avanzar nuevamente y Edgardo iba en ella. Él se limitó a hacer una señal con el brazo a manera de saludo y gritar “¡suerte!”.

En la escena final del sueño. Agustín y yo caminábamos por la orilla del parque tomados de la mano, bromeando y jugando como acostumbramos hacerlo.



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